“Make Chile great again”

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Por Pablo González, Ph.D. Texas A&M University, Profesor de Economía FEN UAH.

Publicado en revista Observatorio Económico Nº 112, 2017.

El  título de este artículo está inspirado en el eslogan de la campaña que llevó a Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos. Una frase que por detrás buscó explicar la pérdida de empleos y la fuga de empresas hacia otros países a través de la globalización. Un discurso que caló profundo en una mayoría del electorado norteamericano. Sin embargo, cualquier economista honesto sabe que el intercambio genera mejoras de bienestar y por lo tanto, las restricciones a la inmigración, los deseos de renegociar el NAFTA, de eliminar o modificar acuerdos comerciales, de limitar el movimiento de empresas a través de las fronteras, de imponer impuestos a las importaciones y las represalias centradas en quien ve como su gran competidor comercial (China), son sólo presagios de una posible mejora temporal en los indicadores de actividad en Estados Unidos, pero claramente con un futuro riesgoso respecto a la pérdida de productividad y bienestar en el largo plazo. La decisión reciente de dos grandes empresas productoras de automóviles de cancelar sus inversiones en México para realizarlas en Estados Unidos constituye el puntapié inicial, que a Trump lo reditúan políticamente.

En Chile, por suerte, ese afán por cerrar la economía ya ha quedado en el olvido, incluso a contrasentido de lo que se ha podido observar en el resto de los países de Latinoamérica. Los esfuerzos porque lleguemos a ser un país desarrollado están ligados a la competencia con el exterior, pero todavía hay  propuestas que lamentablemente, por ser simpáticas o parecer desafiantes, pasan desapercibidas o incluso, son adoptadas con convicción mesiánica por algunos sectores.

Hace algunos años, Paul Krugman (Premio Nobel 2008 por sus contribuciones en el campo del comercio internacional) se refirió al “Internacionalismo Pop”. Para entender mejor sus ideas hay que saber  que el movimiento pop se expresa en el ámbito de la música,  a través de una producción simple y superficial que tiene la particularidad de asimilarse fuerte y rápido. Buen ritmo, letras que conjugan pero que en el trasfondo no tienen mucho contenido. En el ámbito económico, y especialmente cuando se hablade la proyección país hacia el resto del mundo, la cultura pop es más frecuente de lo que parece. En los últimos años, especialmente en momentos en que la tasa de crecimiento de la economía es, por decir al menos, deprimente, no debiera sorprendernos  que en un año electoral como es el 2017, distintos sectores se apoderen de eslóganes pop.

Krugman (1), en 1993, detalló en forma magistral esa corriente pop en referencia a las relaciones comerciales internacionales. Su exposición aún muestra lo plasmado que dicho enfoque está en círculos económicos, políticos y empresariales, de los cuales Chile no está exento. Basta leer secciones de economía y negocios de los medios de comunicación para evidenciarlo.

Desde la apertura a los mercados internacionales a través de la reformas de los años 70, en Chile se ha ido acrecentando la visión de la necesidad de competir en dichos mercados y con este objetivo es que inducimos la idea de mejorar la productividad para poder exportar ojalá, productos con alto valor agregado. El éxito en esta escala exportadora es una garantía de mejoras en los niveles de empleo.

Tal como lo explica Krugman, esta visión se basa en concebir al país como si fuera una gran corporación que debe derrotar a la competencia externa.  De hecho, no es difícil escuchar a políticos y a empresarios resaltando que ahora la competencia es más feroz que antes. La realidad de Chile es que es un país abierto desde hace varias décadas. No tiene competidores afuera. Casualmente los tratados de libre comercio firmados en los últimos 20 años han borrado  barreras artificiales al comercio. Si esto implicaba que una mayor competencia pondría  en riesgo nuestra producción y bienestar ¿para qué los firmamos, entonces?

Adicionalmente, los países NO compiten en el mercado internacional porque el comercio internacional no es sobre competencia, sino que trata sobre intercambio. El fin último de una sociedad es poder acceder, a través de la importación, a la mayor cantidad de bienes que no produce eficientemente. Las exportaciones no son más que el precio que debemos pagar para conseguirlas. No es que el país unido realice este intercambio, sino que se logra través de la acción atomizada de individuos y empresas.

Gran parte de las reformas pro crecimiento de los últimos gobiernos se han realizado en post de lograr mejoras de productividad. Nuevamente, bajo el yugo del discurso pop, estas agendas han estado sesgadas hacia la actividad exportadora, en sintonía con las ideas ya expuestas: una mayor productividad ayuda a exportar más y por lo tanto genera valor. Los problemas de productividad son importantes de resolver para  la economía chilena, pero esto no tiene relación con la necesidad de incrementar nuestras exportaciones. Las mejoras de productividad son necesarias porque significan producir más con los mismos recursos y por lo tanto con las posibilidades de cubrir una mayor cantidad de necesidades. Esas mejoras de productividad, tal como lo expresaba Krugman, son necesarias incluso en el caso de una economía cerrada.

Otro de los famosos eslóganes de la corriente productivista pop internacional hace énfasis en el desarrollo de una industria local de alto valor agregado que permita sobreponernos a nuestros “socios” comerciales. Quienes postulan este enunciado parecen obviar lo que el economista David Ricardo nos enseñó en su libro Principles of Political Economy (escrito hace 200 años): no son las ventajas absolutas sino las relativas (comparativas si utilizamos el término correcto) las que importan para un intercambio que mejore el bienestar. No es la selección del producto, sino la productividad relativa de los factores entre distintas actividades productivas la que determina qué producimos y qué importamos. Esto es, quizás, lo que parece que la futura administración de Trump tampoco ha comprendido, o prefiere hacer que no lo hace. Nuevamente, una alta retribución a los trabajadores y un buen retorno al capital no dependen en el largo plazo de haberlos dirigidos a los sectores de alto valor agregado. Son sus productividades (y los avances que se logren en estas) las que conforman sectores con alto valor.

La cancelación de inversiones en México de las automotrices estadounidenses se basa en la amenaza de la futura administración de sancionar a aquellas empresas que privilegien el empleo en el exterior en detrimento del nacional. La defensa de la apertura de la economía como una fuente de generación de empleo es una bandera común en Chile. Curiosamente ambas corrientes están teóricamente en favor del empleo. Tanto el proteccionismo de Trump, como aquellos pro-apertura en Chile, debieran sincerar sus argumentos. En su discurso de hace 24 años atrás, Krugman insistió en algo que la ciencia económica ya tiene  claro: el nivel de empleo depende en el corto plazo de la demanda agregada, pero en el largo plazo se establece en el mercado laboral, fundamentalmente por los determinantes de la tasa de desempleo natural y por lo tanto vinculada a los problemas estructurales de productividad del trabajo y de los condicionantes de las tasas de destrucción y de creación de empleo. La política comercial o el sesgo exportador de la economía poco tienen que ver con el empleo en el largo plazo.

Quizás el más enraizado concepto del internacionalismo pop se refiere a la necesidad de una asociación entre el gobierno y las empresas para posicionar a la industria nacional en el contexto internacional: el enemigo no está adentro, sino en la competencia externa que juntos deben vencer. Argumento que se encuentra en el destino de varios millones de pesos del Presupuesto de la República y que justifica la acción de agencias públicas, no gubernamentales y gremiales. Pero lo cierto es que las ganancias del intercambio surgen de la correcta asignación de los recursos productivos hacia adentro de la frontera y no de vender más o menos en el exterior. Los esfuerzos del Gobierno deben asegurar la competencia dentro de cada sector productivo y entre sectores productivos del país. Frente a casos de colusión se debiera reaccionar enérgicamente y no por un tema de imagen país (algo que hasta ahora nadie ha podido cuantificar en términos reales), sino porque frente a un comportamiento monopólico, la producción de ese sector (y por lo tanto el uso de los factores de la producción), es menor a lo que sería mejor para la sociedad. En consecuencia hay una asignación ineficiente de recursos (que se encuentran ocupados en otra actividad). En el mismo sentido, la asistencia del Gobierno a los sectores exportadores puede estar sosteniendo a industrias que están requiriendo recursos productivos que son inevitablemente extraídos de otras actividades productivas. La asociación público-privada, debe ser evaluada como cualquier otro programa y, en dicha evaluación, se debe considerar los efectos de equilibrio general que involucra en el largo plazo. Y esto es cierto tanto para una economía abierta como cerrada a relaciones con el resto del mundo.

En definitiva, esta plaga de eslóganes pop  que rodean al intercambio comercial pueden evitarse entendiendo que el comercio con el resto del mundo es una actividad igual que cualquier otra actividad dentro de la economía. El progreso y el crecimiento se basan en la competencia y las mejoras de productividad y no en el volumen del comercio exterior.»

De todos modos, hay que asumirlo, es probable que estas notas clásicas no tengan mucho efecto en la cultura pop (producción simple, superficial, buen ritmo y letras sin contenido que se asimilan fuerte y rápido).


(1) Krugman, Paul R. (1993) “What do undergrads need to know about trade?”, The American Economic Review, Vol 83 (2), Papers and Proceedings, May, pp. 23-26.

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