Artículo publicado en Observatorio Económico Nº 53, Junio de 2011
Por Juan Foxley Rioseco, Profesor de Finanzas. Facultad de Economía y Negocios, Universidad Alberto Hurtado.
Los costos de matrícula y mensualidades son demasiado altos, las deudas demasiado grandes y las recompensas sobrevaloradas. Agréguese que el sistema político puja por aumentar la cobertura universitaria, tal como lo hizo para proveer vivienda accesible a todos los segmentos. Es difícil ver cómo podemos escapar del desastre.
Peter Thiel
Thiel, cofundador de Paypal, la principal empresa de pagos en línea en los Estados Unidos, y famoso también por haber detectado oportunamente los excesos de precios antes de la caída de las dot-com, está tan convencido de la burbuja educativa, que está ofreciendo un paliativo de su propio bolsillo: veinte becas de cien mil dólares a egresados de educación secundaria que en lugar de entrar a la universidad formen su propia empresa.
Quizás el diagnóstico sonó algo familiar. En Chile los números de últimos años muestran una notoria masificación de la enseñanza superior: el estudio más reciente y completo en el tema muestra que en 2009 la matrícula de pregrado alcanzaba a 835.247 alumnos, 54 % mayor a la de 2003. La expansión está apoyada en un fuerte aumento de los aportes fiscales, que se duplican en términos reales entre 2006 y 2010 ($ 393.144 millones en 2006, $ 788.360 millones en 2010). Dicha expansión (19% real anual) es más veloz que la del aporte total a la educación (11,6% real anual). En 2010, un 17,6% del gasto público total en educación era en universidades, cuatro puntos más que en 2006.
Un crecimiento como el descrito no puede sostenerse a tasas tan altas sin deteriorar las rentas futuras de los cada día más numerosos estudiantes. Más aún si varias carreras no cumplen con estándares mínimos de acreditación. El Estado debería contener sus esfuerzos y focalizar gasto en educación dónde es efectivamente más rentable socialmente .
Cuando el pecado original que dificulta la igualdad de oportunidades está en las diferencias de capital social entre cada niño, ceder a presiones por aumentar gasto público en jóvenes universitarios, atenta contra, o al menos distrae, los esfuerzos por invertir en destinos de gasto público que mejoren la equidad en las siguientes generaciones.
Es preferible en esos casos privilegiar el acceso ordenado a un buen sistema de créditos no discriminatorios. Los regalos fiscales deberían concentrarse en los niños. No en educación remedial tardía de jóvenes.
Una excepción meritoria y fácil de justificar son los subsidios a la admisión de buenos alumnos a las escuelas universitarias de pedagogía. Claramente allí, el objetivo último y principal es mejorar la calidad de la formación en la enseñanza básica.
Desafortunadamente, el acceso al crédito universitario existe hoy, a la sombra de una discriminación indefendible. Por un lado, tasas subsidiadas (UF + 2%) para estudiantes de las universidades del Consejo de Rectores (CRUCH); para el resto, tasas más altas (ente UF + 5,9 y UF + 6,1%). Los alumnos de instituciones de formación técnico-profesional, quedan a merced entonces de las predatorias tasas del los créditos de consumo.
Un estudio calculó en 60% el regalo estatal implícito en el crédito subsidiado al que acceden los universitarios amparados por el CRUCH . A la discriminación se suma una pésima gestión de cobranza: el Consejo de Rectores está recuperando menos del 40% de lo prestado.
A su turno, las universidades que no forman parte del CRUCH deben responder como avales por todo préstamo que corresponda a alumnos que deserten. Esto genera un incentivo perverso: retener alumnos a pesar de sus eventuales malos desempeños.
Como lo destacaron la OECD y el Banco Mundial el año pasado, la política pública favorece abiertamente a las entidades del CRUCH, y excluye al resto, donde estudia casi el 70% de los estudiantes que acceden a alguna forma de enseñanza superior.
En suma, la expansión desmedida de la educación universitaria unida a créditos discriminatorios contra los estudiantes de universidades más nuevas y de quienes siguen carreras técnicas, conforman una burbuja económico-social. En Chile, tenemos pocos empresarios como Thiel que ayuden a desactivarla con plata de su bolsillo, y el gasto público tiene un papel reordenador mucho más relevante.
Fuera de eliminar discriminaciones, la política pública debería reconocer que su prioridad de gasto público deberá estar por mucho tiempo en las escuelas básicas y la educación preescolar.