Por Carlos García, Ph.D. en Economía, University of California at Los Angeles, Estados Unidos. Profesor Facultad de Economía y Negocios.
Artículo publicado en Revista Observatorio Económico Nº 63, Junio de 2012
Las fluctuaciones del precio del petróleo -en especial los aumentos periódicos de los combustibles- inquietan cada vez más a los automovilistas, quienes se preguntan cuándo la bencina superará la barrera de los mil pesos por litro. Así, las pocas veces que cae el precio de este producto, se produce un atochamiento de conductores que buscan aprovechar una última oportunidad de bencina barata. Sabemos que no es la única vez que los precios caerán, pero muchos actúan como si fuera la última ocasión. La alegría para estos automovilistas es efímera.
Además, en la vida cotidiana, observamos con preocupación que los procesos productivos en las empresas son cada vez más costosos y más de alguna vez, escucharemos a algún gerente lamentarse que los tiempos del gas barato que proviene de Argentina corresponden a un pasado que no volverá. Para colmo de males, descubrimos que las cuentas de electricidad son cada día más abultadas y los costos de calefacción nos obligan a optar por la tradicional estufa a parafina y dejar de lado otras formas de generar calor. Aunque algunas de éstas, como por ejemplo la calefacción por losa radiante ya estén instaladas en nuestra casa y no la podemos usar por su alto costo. Sin que esta vorágine termine, encendemos la televisión y nos encontramos con noticias alarmantes: el conflicto permanente sobre la construcción (o detención) de la represa en Aysén, la sequía en el centro norte del país, si se construirá o no una nueva represa termoeléctrica en algún lugar con nombre pintoresco o si habrá que llenar o no el desierto con molinos de vientos. Seguramente, después de toda esta maraña de información y presiones, respiraremos algo más tranquilos al sentir cómo cae la lluvia en invierno. No solo por tener un aire más limpio en los siguientes días, sino, además, porque sabemos que mientras más agua caiga, más barata será la energía, así que mientras no nos inundemos, hay esperanza.
Si bien la historia antes descrita es una caricatura de nuestra realidad cotidiana no cabe duda de que el costo de la energía se ha transformado en un tema que cruza todos los estamentos de nuestra sociedad.
Evidentemente el sector energía juega un rol crucial en el desarrollo económico de nuestro país. Pero, ¿cuánto nos cuesta si el precio de la energía sube? Más allá de los cálculos simplistas, nos interesa entender, y luego cuantificar, el impacto de tener energía más cara sobre el crecimiento de la economía. Por ejemplo, qué sucederá si el precio del petróleo sigue subiendo, o si dependeremos del clima o tendremos que buscar fuentes de energía más limpias y menos intervencionistas en el medio ambiente pero que, a su vez, son más caras.
Inicialmente debemos entender que un aumento del precio de la energía es un evento que los economistas llamamos un shock de oferta. Es decir, un aumento inesperado (que puede ser transitorio o permanente) en el precio de un insumo básico en la producción. En términos económicos, el mecanismo básico de transmisión de estos shocks en la economía es uno muy complejo porque involucra la interacción de varios agentes económicos (empresas, familias, trabajadores, banco central, Estado, etc.). Partamos pues, por entender que un precio más alto de la energía aumenta los costos de la producción en las empresas, traspasándose, con algunos meses de retardo, a la tasa de inflación. Esto pone básicamente en jaque a las empresas, porque para que ellas puedan mantener sus márgenes de ganancias se ven obligadas a traspasar los mayores costos de la energía a los precios de los productos que son destinados al consumo final o a la construcción de nuevos proyectos de inversión.
Al respecto, los economistas hemos identificado que el impacto negativo sobre el crecimiento depende de por lo menos de tres factores claves. Primero, del grado de sustitución entre energía y otros insumos de producción, por ejemplo el factor trabajo (trabajadores) o máquinas energéticamente más eficientes (capital). Segundo, de la respuesta de la autoridad monetaria, es decir, la sensibilidad del Banco Central a soportar una mayor inflación por precios de energía más altos. Tercero, de la flexibilidad en el mercado laboral, es decir, si las empresas pueden enfrentar los precios más altos de la energía con reducciones en los sueldos y salarios.
Expliquemos uno a uno estos factores en detalle. Una baja elasticidad de sustitución de la energía en las faenas productivas indica que este insumo productivo es difícil de reemplazar por otros insumos productivos, situación especialmente clara en el corto plazo. Todo esto hace que el mayor precio de la energía contraiga la producción de las empresas puesto que estas no pueden sustituir la energía más cara por otros insumos más baratos que les permitan mantener el nivel de producción. Por esta misma razón, las empresas ven aumentados sus costos de producción, por lo cual deberán traspasar los incrementos de costos a precios de productos finales. En caso contrario verán reducidos sus márgenes de ganancias.
Si la baja sustitución de la energía es acompañada con una reacción fuerte del Banco Central a la mayor inflación, tendremos que este tratará de mantener contenida la inflación causada por el shock de oferta. Una forma estándar que tiene el Banco Central para enfriar la economía es aumentando las tasas de interés. Una mayor tasa logra encarecer los créditos a los privados y con ello se desploma el gasto en consumo de los hogares y se posponen nuevos proyectos de inversión. Por último, una baja flexibilidad salarial (salarios menos flexibles a la baja) hace que las empresas decidan finalmente reducir su empleo puesto que para enfrentar los mayores costos energéticos deciden reducir la nomina de trabajadores. En resumen, el aumento del precio de la energía produce en la economía un efecto muy similar al que ocurre cuando uno bota una ficha de dominó: caen muchas piezas, lo que finalmente se traduce en menos crecimiento económico por la contracción del gasto y el menor empleo en varios sectores.
¿En cuánto menos crece la economía cuando el precio de la energía sube? En estudio realizado por este autor1 indica que un shock del precio en la energía eléctrica de 10% en dos años, podría a lo más reducir el crecimiento promedio trimestral del PIB en un 0,17%. Una forma de entender este resultado es extrapolarlo a la crisis del gas natural importado desde Argentina en la década pasada, especialmente desde el 2004. Las mediciones indican que para los dos años siguientes a esta crisis, la economía chilena dejó de crecer en el PIB en aproximadamente un 2%. Además, tenemos que luego del 2006 se registraron importantes shocks en el precio del petróleo impulsado por la demanda mundial (China, India, Brasil, etc.). El impacto de este episodio (2006-2008) sobre el precio de la energía en Chile fue solo algo menor que el ocasionado por la crisis del gas argentino. Estos dos simples resultados, indican la importancia de la energía para el crecimiento económico de nuestro país. En el período 2004-2008 el PIB creció a una tasa de 5,5%, pero en presencia de un escenario externo muy favorable, el cual sólo empeoró a fines del 2008 con la crisis financiera internacional. Por tanto, sin la crisis de gas argentino y los aumentos del precio del petróleo que ocurrieron posteriormente, la economía hubiera alcanzado una interesante tasa de crecimiento de casi 7,5%. Es indiscutible todo el beneficio que se dejó de obtener en el consumo, empleo, inversión y exportaciones, especialmente las mineras.
Sin duda es vital ponderar, en su justa medida, los argumentos que favorezcan la adopción de fuentes de energía más limpias o la introducción de nuevos impuestos a los combustibles fósiles que finalmente se traducen en un encarecimiento del costo de la energía para todos los chilenos.
1Todos los cálculos de esta columna están basados en el trabajo de investigación del autor: Impacto del Costo de la Energía en la Economía Chilena, Carlos J. García (cgarcia@uahurtado.cl)