Publicado en Pulso, jueves 19 de Abril 2012
El colapso vehicular que producirá Costanera Center le estallará al gobierno con intensidad equivalente al Transantiago en el anterior gobierno.
Por Alfredo del Valle
El colapso vehicular que producirá la ocupación de Costanera Center le estallará al gobierno con intensidad equivalente al Transantiago en el anterior gobierno, pero con mayor profundidad. Surgirán los automovilistas indignados: paralizados, sin poder llegar a su hogar ni a su trabajo, y protestando a bocinazos. Es el escenario más probable ante la próxima ocupación de esos 700 mil metros cuadrados. ¿Por qué hemos llegado a esta situación? Porque la metrópolis de Santiago tiene muchas entidades de gobierno, pero no tiene gobernanza. Es algo que se arrastra por décadas ante la despreocupación del sistema político, y que ha llegado a un punto límite. ¿Qué salida existe? Sólo una, con dos componentes: primero, la prohibición de ocupar Costanera Center y el megaproyecto del antiguo estadio de la UC hasta que esté disponible la infraestructura de mitigación vial, que está lejos de completarse. Segundo, la apertura de un debate político y ciudadano sobre la gobernanza que necesita con urgencia esta metrópolis sin gobierno y a la deriva.
Gobernanza es la capacidad y acción efectiva de dar gobierno, y que tiene tres niveles: el de la acción y los resultados, el de la institucionalidad que los produce, y el de los principios y leyes que la rigen.
Las acciones de gobierno ante Sanhattan han sido dispersas, incoherentes y esencialmente reactivas ante las iniciativas privadas. Al final, el gobierno central se ve obligado a intervenir ante la desmesura del conjunto, para lograr que Santiago sobreviva. Su contexto es la ausencia de ordenamiento del espacio metropolitano, la carencia de un sistema de transporte público con capacidad y calidad, y la creencia sin fundamentos de que Santiago debe seguir creciendo indefinidamente. Sanhattan es el producto más ostensible del desgobierno de la metrópolis. Tiene la apariencia deslumbrante de Manhattan, pero los pies de barro del automóvil como base de transporte, en contraste con el buen sistema público metropolitano de Nueva York. Sanhattan es un problema más profundo que Transantiago por tres razones: el nuevo colapso será más lento y caro de revertir, afectará a personas y empresas con mayor poder económico, y ocurrirá en un momento de mayor movilización política. Pero no es la única amenaza que acecha a esta metrópolis que crece en forma desmedida. Ya asoma el fantasma de la falta de agua por la sequía y el cambio climático que derrite los glaciares. ¿Y las autoridades? Acaban de ampliar su límite urbano en diez mil hectáreas.
El gobierno de una polis se debe orientar ante todo por principios de filosofía política. Pero existe además una ley lógica que rige la gobernanza de los sistemas complejos; ella permite explicar el desgobierno de Santiago y establece condiciones para resolverlo con eficacia y legitimidad. Señala que sólo habrá gobernanza si el sistema gobernador es capaz de procesar toda la complejidad del sistema gobernado. La vez anterior el desgobierno metropolitano fue incapaz de comprender la complejidad de Transantiago, que es un buen concepto de sistema integrado. Esta vez ha sido sobrepasado por un crecimiento inmobiliario desmedido y desordenado. ¿Cuál será la próxima?
La metrópolis de Santiago es un complejo espacio urbano cuya conducción carece de la capacidad requerida para darle gobierno. Está mal dirigida por instituciones de tres tipos, con atribuciones parciales, sin visión sistémica y de futuro, y que suelen competir por el control de sus grandes temas: transporte público, vialidad, uso del suelo, contaminación, expansión y varios más. Ellas son los ministerios centrales, los municipios y el gobierno regional. Nominalmente este último debería estar a cargo, pero fue diseñado para gobernar una región y no una metrópolis, en un marco centralista y sin control alguno de los recursos clave. ¿Cómo funcionaría Nueva York si su autoridad máxima fuera designada en Washington y no controlara nada relevante?
Es inaceptable ocupar los nuevos megaproyectos sin la infraestructura de mitigación completa, porque el colapso será inevitable. Y cualquier acción judicial sólo hará evidente la pobre institucionalidad que los autorizó, y agudizará su conflicto con los santiaguinos. Enfrentar este problema es urgente y necesario. Pero no suficiente. El futuro previsible de Santiago es claro: una crisis tras otra, en todos los ámbitos, con el gobierno central tratando de resolverlas reactivamente y con una ciudadanía que sin duda se movilizará para defender su calidad de vida. Santiago es también una víctima del centralismo, tal como las regiones.
¿Por qué París, Londres o Bogotá se pueden autogobernar y Santiago no? Es el momento de abrir el debate sobre el autogobierno democrático que la metrópolis necesita, tanto en su autoridad ejecutiva como en el consejo colegiado que la debe contrapesar. Es también el momento de abordar la descentralización en serio y en profundidad: que los territorios se autogobiernen, con la gradualidad y las diferencias que correspondan a cada realidad, y que el gobierno central asuma la tarea fundamental, jamás abordada, de armonizar territorialmente el desarrollo del país.
El autor es Ph.D. y académico Facultad de Economía y Negocios, Universidad Alberto Hurtado.
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