Cuidado con el sobreoptimismo económico

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Por Carlos J. García, Ph.D. en Economía, University of California at Los Angeles, Estados Unidos. Académico Universidad Alberto Hurtado.

Artículo publicado en el Observatorio Económico N° 78, Diciembre 2013.

Desde hace un tiempo ya que los Audi, Ferrari y Porsche no son exclusividad de las calles de las comunas más acomodadas de Santiago. Tener un Volvo dejó de ser símbolo de estatus. Como un ejemplo de los cambios que ha experimentado el patrón de consumo de los chilenos, los autos de lujo no sólo se han transversalizado (en las carreteras, en otras regiones, en los sectores de clase media) sino que su uso es más frecuente: todos los días se pueden ver Mercedes o BMW en las calles.

Uno podría preguntarse cómo se las ingenia una economía con un crecimiento moderado (PIB de 4 %) para mostrar ese nivel de consumo, antes asociado a la riqueza. También sería válida la interrogante respecto a la actual tasa de desempleo, una de las más bajas de la historia del país, permitida por una expansión económica del 4 %. El puzle se complejiza si consideramos que nuestro déficit de cuenta corriente es cercano al 5 %, es decir, equivalente a la línea de crédito. ¿Cómo son posibles estas situaciones en una economía como la nuestra, que crece con discreción y bajo la sombra de bajas perspectivas para el precio del cobre?

Entre una diversidad de explicaciones que podemos ensayar tengo una favorita, que no es sólo la que más me gusta sino la que prevalece entre otras según mis observaciones de la economía chilena año a año: nos sobra optimismo en los buenos tiempos y exudamos mucho, pero mucho pesimismo en los tiempos malos. Gastamos y nos endeudamos más de lo aconsejable en los tiempos buenos, porque creemos que durarán para siempre.

Compramos, compramos y compramos: la casa de nuestros sueños, el nuevo televisor más plano que el anterior, el auto para el Benjamín que entró a la universidad, la cabaña en el campo, en la playa o, por qué no, en la orilla de un lago sureño, los celulares que resisten el agua, el auto deportivo porque me lo merezco, el Caribe no, porque está trillado, pero sí los cruceros a Oriente, etc.

En cambio, en los tiempos malos el pesimismo nos lleva a estancarnos. Caemos rápidamente a la UTI y exigimos fuertes dosis de jarabe fiscal y monetario para recuperar la salud. El mercado se extravía hasta que, después de varias sesiones de psicoanálisis masivo, el país vuelve a crecer.

El sobreoptimismo ha sido investigado ampliamente por la literatura en economía, que se interesa sobre los efectos que tiene en personas provenientes de los más diversos ámbitos. Puri y Robinson (2007) concluyen que un optimismo moderado puede explicar el comportamiento de decisiones financieras. Barber y Odean (2001) muestran que, en ese tipo de decisiones, los hombres son más confiados que las mujeres. Malmendier y Tate (2005) probaron que el exceso de optimismo de los CEO puede explicar la distorsión de sobreinversión en tiempos de expansión económica. Scheinkman y Xiong (2003) analizaron cómo la sobreconfianza de los agentes produce grandes diferencias sobre los verdaderos fundamentales de los activos. Benoît y Dubra (2011) argumentan que la mayoría de las personas se ubican a sí mismos en ranking como mejores que el promedio.

Como resultado de las malas expectativas, la fiesta suele terminar y la resaca es implacable: la economía aterriza forzosamente. Hay que reducir el consumo, se dispone de menos crédito, aumenta la tasa de desempleo y sube muy inoportunamente el dólar, justo cuando Chile está clasificado para el Mundial de Fútbol en Brasil ad portas. Algunos recordarán la maldición de España ‘82, con ese penal desperdiciado por Caszely al que se culpó de la crisis económica de ese año. Al margen de que no podamos perdonarlo hasta el día de hoy, no fue ni él, ni el Mundial, ni el dólar a 39 pesos, lo que derrumbó a las finanzas fueron las expectativas sobre el futuro, completamente erradas.

Tampoco se trata de esperar una crisis tan severa como la asiática, que también coincidió, aclaremos, sólo por azar con la participación de Chile en el campeonato mundial de Francia 98 (un viejo comentarista deportivo diría inspiradamente que es un destino de dulce y de agraz), pero sí se anticipa una desaceleración importante. Esto se debe a que dos vigas maestras de la economía chilena están flaqueando: el futuro de la economía china, que con las últimas reformas busca emendar rumbo, y el precio del cobre que va y viene. Ambas estructuras temblorosas incluirán en que se registre un dólar más alto, como siempre ha ocurrido. Las importaciones se encarecerán, convendrá exportar vino y frutas y. por supuesto, el precio de las casas caerá. El desempleo subirá y los programas de empleo se volverán populares.

¿Cómo encaja este panorama posible con la reforma tributaria que el también posible gobierno de Michelle Bachelet quiere implementar el 2014? Es complejo, porque subir los impuestos no es una política popular ni recomendable con una economía creciendo lentamente. Sin embargo, las reformas son necesarias. Chile necesita modificaciones en muchos frentes para transformarse en una economía desarrollada. Por lo tanto, estabilizar la economía y asegurar, al mismo tiempo, crecimiento de largo plazo con reformas adecuadas, dos objetivos que podrían parecer opuestos, es lo que determinará el éxito o fracaso del próximo gobierno.

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