Por Marcela Perticara, Ph.D. en Economía, University of Texas A&M, Estados Unidos. Académica Facultad de Economía y Negocios UAH.
Artículo publicado en Revista Observatorio Económico Nº 69, enero de 2013
Un estudio reciente del Banco Mundial pone en el tapete el debate de cómo medir o caracterizar la mejora sustantiva que ciertos grupos sociales parecen estar teniendo en América Latina. ¿Estamos efectivamente viendo un cambio social en la región, con una gran expansión de la llamada clase media? Este debate no nos es ajeno en Chile, por cuanto el país ha experimentado notables tasas de crecimiento y una mejora importante en muchos indicadores de desarrollo humano en los últimos 30 años. Según las estimaciones del Banco Mundial la clase media en Chile habría crecido más del 35% entre el año 2003 y el año 2009, año en el que Chile tendría una clase media que comprendería el 42,3% de la población. En América Latina la clase media creció en un 50% en el mismo período, llegando a representar el 30% en el año 2009.
Y estas cifras han suscitado discusiones -tanto por lo auspiciosas como por lo sensible que puede ser su cálculo a definiciones o reglas que han que instrumentar- para definir qué es efectivamente la clase media.
Por décadas, sociólogos, politólogos y economistas han debatido hasta cansarse qué es la clase media. La primera pregunta que surge es por qué nos interesa entender, evaluar la extensión y evolución de la “clase media”. Y la respuesta que uno encuentra entre sociólogos y políticos es que este grupo es percibido como el grupo social que es motor de cambio, sostenedor de los valores democráticos, estabilizador social, y también generador de desarrollo económico.
No es sólo un grupo que “consume” o que tiene poder adquisitivo, sino que también puede generar cambios políticos y sociales, y ser el motor de su propia superación. Tradicionalmente, aunque con marcados cambios históricos, el concepto de clase media se atribuye a un grupo social relativamente empoderado, con nivel educativo superior al promedio de la población y que, independientemente de los shocks económicos y políticos, goza de cierta seguridad económica y social.
No es trivial aterrizar esta definición para comenzar a hablar del “tamaño” de la clase media. Cualquier definición instrumental de lo que es la “clase media” debe responder a alguna regla, que no necesariamente siempre va identificar perfectamente al grupo que en el ideario de un país reúne toda las características de lo que debe ser una “clase media”. Y es por eso que es tan difícil generar una clasificación.
La estrategia del Banco Mundial para definir qué es clase media es usar ingresos per cápita, pero eligiendo como límites ingresos que garanticen “seguridad económica”. Tomando como regla el ingreso per cápita diario que hace que la probabilidad de caer en la pobreza sea inferior al 10%, obtienen como límite inferior un ingreso per cápita diario en paridad del poder de compra a precios del año 2009 de U$10 (unos $150.000 per cápita por mes). Como límite superior de la clase media, se toma U$50 por día, lo que equivale a 750.000 pesos chilenos per cápita por mes .
Entrar al debate si estos límites definen o no una clase media no me parece muy productivo, pues sería similar a definir cuándo un hogar es pobre o no: son límites arbitrarios que uno opta por creerlos representativos de una realidad (bajo ciertos supuestos).
Pero sí creo que la categoría definida por el Banco Mundial es extremadamente amplia; y al menos en Chile un hogar con un ingreso mensual de 600 mil pesos es muy distinto a un hogar con ingresos mensuales de 3 millones. Por ejemplo, no necesariamente acceden a servicios similares como son salud y educación. Tal vez hubiera sido más informativo definir subcategorías dentro de esta “amplia” clase media.
Con esta crítica en mente, hay indicadores que muestran un aumento en la movilidad de ingresos en la región y en Chile en particular. En Chile entre el año 1995 y el año 2010, de los hogares pobres (menos de U$4 diarios per cápita), casi un 75% pasa a la categoría de “vulnerables” (entre U$4 y U$10), mientras que de los hogares vulnerables, el 80% pasa a la “clase media”. Independientemente de la fijación de estos límites (quién es pobre, o quién es vulnerable), hay indicios de movilidad de ingresos.
La movilidad intergeneracional se mantiene baja tanto en Chile como en América Latina. Si bien, no hay datos masivos en la región de ingresos de padres e hijos, sí puede evaluarse en qué medida hay fuertes correlaciones entre niveles educativos de padres e hijos. Y si mientras en países como el Reino Unido o Noruega por tres años de diferencia en la escolaridad de los padres, puede esperarse menos un año de diferencia en la escolaridad de los hijos, en Latinoamérica la relación es casi uno a uno. Ciertamente, al tomar cohortes más jóvenes, esta dependencia entre el nivel educativo de padres e hijos se ha acortado. En el caso de Chile para una cohorte nacida en los años 80, esta dependencia ha caído a un tercio.
Y aunque esto es una buena noticia, los años de educación de las cohortes más jóvenes han aumentado sostenidamente en toda la región (como el caso de Chile) en los últimos 20 años, reduciéndose las brechas en años de escolaridad entre las clases altas y bajas. Sin embargo la brecha de “calidad” entre la escolarización de pobres y ricos puede ser muy alta también. En nuestro país tenemos amplia evidencia de qué tan distinto es el desempeño educacional (medido por SIMCE) entre niños de familias vulnerables y niños de familias más acomodadas.
Con todo, el crecimiento que han experimentado muchos de los países de América Latina ha aumentado de manera importante el acceso de ciertos sectores tradicionalmente más vulnerables a bienes y servicios que antes tenían vedados. La consolidación de esta tendencia se verá en los próximos años. Y si la clase media en América Latina está realmente creciendo, debiera ser sólo cuestión de tiempo el ver mayores presiones para mejorar el acceso a vivienda, servicios de salud y educación de mejor calidad. En Chile ya está abierto el debate sobre la calidad de la educación en todos sus niveles y la necesidad de aumentar la inversión pública y de mejorar regulaciones en el sector. En salud, el debate es más incipiente, pero definitivamente se viene. El tamaño de esta clase social importa, no porque sea relevante si son un 40% o un 50% de la población, sino porque sólo a través de su consolidación y de su inclusión en la estructura social, económica y política de los países, este continente va a poder finalmente fortalecer su camino al desarrollo económico.