Por Araceli Alegría Norambuena, Estudiante de Ingeniería Comercial UAH y Ramiro de Elejalde, Académico FEN UAH.
Publicado en revista Observatorio Económico Nº 112, 2017.
La Real Academia Española (RAE) define “segregación” como: “separar o apartar algo o a alguien de otra u otras cosas”. Dada esta definición, la segregación resultaría preocupante cuando existe en base a cuestiones socioeconómicas como son el ingreso, la raza, el sexo, etc. De hecho, la RAE aporta una segunda definición: “separar y marginar a una persona o a un grupo de personas por motivos sociales, políticos o culturales”.
En Chile existe un alto grado de segregación en distintos ámbitos: segregación urbana, ya que hay muchas comunas con una clara concentración de un determinado estrato económico; segregación en la educación básica y media entre escuelas públicas, subvencionadas y privada; y segregación racial para con los mapuches.
¿Por qué nos preocupa la segregación? Porque puede restringir la movilidad social, debido a que limita las oportunidades de educación y empleo de cierto grupos sociales. No solamente afecta a ciertos grupos en desventaja sino que puede resultar en una asignación ineficiente del talento y llevar a un menor crecimiento macro que perjudica a toda la población. Además, el aislamiento puede generar prejuicios, ausencia de empatía, e inclusive resentimiento entre los distintos grupos. Todo esto afecta la posibilidad de conformar una identidad nacional común y en definitiva, la estabilidad institucional del país.
En este contexto, las instituciones de educación superior pueden cumplir un importante papel al generar un espacio meritocrático que permita la interacción entre individuos de distintos grupos socioeconómicos.
De hecho, en Argentina, la universidad pública y gratuita con acceso irrestricto tiene muchos efectos negativos en la población general, pero hace una cosa bien: genera un espacio común de interacción entre personas de distintos grupos sociales. Es verdad que es una interacción entre individuos de clase media y clase alta ya que las personas de menores recursos por diversas razones no acceden efectivamente a la universidad, pero es un aporte en la dirección correcta.
En el caso chileno, el aumento de la matrícula en educación superior observada en los últimos 15 años señala una posibilidad de interacción entre distintos grupos que no existía anteriormente. El gráfico 1 muestra la evolución de la matrícula de pregrado desde 2000 a 2016. La matrícula se triplicó en este período de 400.000 a 1.200.000 estudiantes. Muchos de estos nuevos alumnos son los primeros de su familia en asistir a la universidad con lo cual se esperaría una mayor diversidad en educación superior.
Dicho esto, la universidad en Chile actualmente ¿Cumple el rol de generar la interacción entre personas distintas con distintas realidades? ¿Algunas universidades los cumplen mejor que otras?
Para evaluar si este es el caso, utilizamos datos del Sistema Único de Admisión administrado por el Departamento de Evaluación, Medición y Registro Educacional (DEMRE). Para los ingresantes del 2016, los datos nos permiten conocer la situación socioeconómica del estudiante y en que universidad ha ingresado. Con esta información, calculamos el índice de Diversidad de Simpson. Este índice se puede interpretar como la probabilidad asociada al siguiente experimento: Si elegimos dos estudiantes al azar ¿Cuál es la probabilidad que pertenezcan a distintos grupos? El valor del índice va entre cero y uno, y a medida que aumenta el índice decimos que la universidad es más diversa.
Para calcular el índice clasificamos la educación de los padres en cuatro grupos:
1. Con educación media incompleta o menor,
2. Con educación media completa,
3. Con educación (completa o incompleta) en Centro Técnico Profesional o Instituto Profesional, o educación universitaria incompleta,
4. Con educación universitaria completa.
Los resultados se pueden ver en el gráfico 2. Identificamos tres grupos de universidades con distinto grado de diversidad.
• La Universidad de los Andes y la Universidad Adolfo Ibáñez son las universidades menos diversas. Si elegimos dos alumnos al azar de estas universidades, la probabilidad que sus padres tengan distinto nivel educativo es del 30%-35%. Si vamos a los datos brutos, aproximadamente el 80% de los estudiantes tienen padres con título universitario.
• La Pontificia Universidad Católica y la Universidad del De- sarrollo tienen un índice de diversidad del 50%. Estas universidades también tienen una alta proporción de estudiantes cuyos padres tienen título universitario: 65%-70%.
• El resto de las universidades tienen un índice de diversidad entre 65% – 75%. Aquí podemos destacar a la Universidad de Chile (65%), la Universidad Diego Portales (69%), a la Universidad de Santiago de Chile (71%) y a la Universidad Alberto Hurtado (71%). A pesar de tener índices de diversidad similares, este grupo es bastante heterogéneo. Por un lado tenemos a la Universidad de Chile donde el 50% de los estudiantes tiene padres con título universitario, y, por el otro lado, tenemos a la Universidad de Santiago de Chile y la Universidad Alberto Hurtado donde el porcentaje de estudiantes cuyos padres tienen título universitario es de 25%.
Este análisis muestra evidencia de la heterogeneidad en la diversidad de las universidades chilenas. Encontramos que algunas universidades cumplen la misión de hacer que grupos de personas que nunca hubiesen podido interactuar, lo puedan hacer. Si segregación es un problema de primer orden en Chile, deberían existir políticas públicas que apoyen a las universidades que cumplen esta noble tarea.