Por: Jorge Rodríguez Grossi, Ex Decano FEN-UAH Ph.D. (c) en Economía y Magíster en Estudios Latinoamericanos, Boston University.
Publicado en revista GESTEN Nº 4, volumen III.
Ocurre con ciertas palabras que su significado evoluciona tanto que se hacen vagas y obliga a especificar de qué se trata cuando se las usa. Es el caso del concepto “fascismo” como descriptor de los movimientos liderados por Hitler y Mussolini (en parte también, por Franco), y que, hoy en día, es ampliamente utilizado para catalogar a dictaduras de derecha que, al mismo tiempo, pueden ser motejadas de “Neoliberales”.
El fascismo, en su expresión histórica, sumó racismo y represión a un fuerte intervencionismo en lo económico (capitalismo planificado con fuerte política industrial), corporativismo (aplicando negociación salarial centralizada), antiliberalismo y antimarxismo. Entonces cómo explicar la calificación de “fascistas” a ciertas dictaduras de derecha pro mercado libre. O, por otra parte, explicarse la interrogante de periodistas norteamericanos en la campaña del 2016 sobre el entonces candidato Trump, respecto de si se le podía considerar como fascista (1). Usar uno o dos rasgos presentes en un movimiento social como los que comentamos y suponer que otros le son familiares porque también los contienen, pese a ser totalmente diferentes en ámbitos relevantes, constituye un grave error. Pero es así como “fascismo”, medio siglo después de su derrota, se emplea vulgarmente como sinónimo de muy distintas cosas. Quizás con “neoliberalismo” ocurre algo similar. Este se usó para referirse a variadas realidades y políticas que surgieron posterior a la Segunda Guerra. En efecto, varias décadas después de terminado dicho conflicto, en un Occidente con políticas económicas keynesianas muy difundidas y con políticas industriales avanzadas, sobrevino el triunfo de movimientos “neoliberales”, los más destacados, los de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, y una masiva corriente mundial que apuntó a políticas económicas desreguladoras, pro mercado y más laissez faire (el Consenso de Washington en los 90) (2). Esos gobiernos, en particular, apoyaban una filosofía que minimizaba el papel del Estado en sus economías, de desregulación de mercados y de menos “Estado Bienestar” (3). Ellos efectivamente se inspiraron en el neoliberalismo.
Ahora bien, en momentos históricos similares, sucumbieron las economías socialistas de la URSS, bajo esquemas de planificación central, terminando con la Guerra Fría, y a la par China comenzó a transitar hacia una economía de mercado, pero manteniendo un férreo control político sobre la población. En efecto, en esa misma época, durante los 80, fuertes cambios pro mercado ocurrieron en los países de la Unión Soviética y, específicamente, en Rusia con la Perestroika de Mijaíl Gorbachov. En China ello ocurre bajo el mando de Deng Xiaoping.
Esto no fue coincidencia. Las economías socialistas y la planificación central no destacaban por su éxito en materia de desarrollo, al menos según sus poblaciones. Ya a fines de los 60 ello se había manifestado en Checoslovaquia, con la reforma impulsada por Dubcek y su ministro Ota Sik, un socialismo con mercado y rostro humano abortado por Rusia. Hungría, en cambio, logra avanzar con similar proceso en 1968. Y en Rusia, E. Liberman, consejero económico de Kruschev y Brezhnev, sustentado en consideraciones teóricas neoclásicas y en la evidencia productiva local, promovió e instaló incentivos de rentabilidad en un pequeño grupo de empresas estatales para mejorar sus rendimientos, dando pie a un proceso pro mercado que culminó con la Perestroika de Gorbachov.
Las reformas observadas en muchos países occidentales son descritas por D. Harvey (4) como un enorme avance del neoliberalismo. Harvey define este concepto básicamente por lo que han sido sus propuestas concretas, por los instrumentos institucionales y de política usados o sugeridos, lo cual puede inducir a creer equivocadamente que éstas son de uso exclusivo de la corriente en cuestión. Dice: “Neoliberalismo es, en primera instancia, una teoría de prácticas política-económicas que afirma que el ser humano puede avanzar más mediante la liberación del espíritu empresarial y de los talentos en un ambiente institucional caracterizado por sólidos derechos de propiedad, mercados libres, y libre comercio. El rol del Estado es crear y preservar un marco institucional apropiado para garantizar esas prácticas. El Estado debe garantizar, por ejemplo, la calidad e integridad de la moneda. También, debe asegurar las instituciones de defensa, militares y policiales, estructuras legales y funciones requeridas para asegurar los derechos de propiedad y garantizar, por la fuerza si es necesario, el apropiado funcionamiento del mercado. Además, si el mercado no existiera (en áreas como la tierra, agua, educación, salud, seguridad social, o medio ambiental), entonces debe ser creado, mediante acción estatal si fuera necesario. Pero más allá de estas tareas el Estado no debería aventurarse. La intervención del Estado en el mercado (una vez creado), debe mantenerse al mínimo porque, de acuerdo con la teoría, el Estado posiblemente carece de suficiente información para dar señales de mercado de segundo orden (precios), y porque intereses económicos de grupos poderosos inevitablemente distorsionarán y sesgarán la intervención estatal para su propio beneficio (particularmente en democracias)”.
Neoliberalismo, entonces, sería “un término usado para referirse al cambio generalizado desde una época de social democracia y liberalismo progresista hacia políticas e instituciones más preocupadas de promover el mecanismo de mercado y que son más amistosas con los negocios y el capital” (5).
Dado que, en la misma época, en paralelo, caen la cortina de hierro y el muro de Berlín, así como la muralla China abre sus puertas al mercado y a la propiedad privada dando lugar a una suerte de “socialismo de mercado”, alguien podría irónicamente preguntarse si sus líderes fueron también neoliberales, lo que parece absurdo. Sí podría demostrar el fracaso de la planificación central, el agotamiento de políticas de industrialización forzada, y se tendería a reforzar la validez de las críticas de L. von Mises y F. von Hayek en la llamada “Controversia Socialista” con Oscar Lange y otros autores. En ella los austríacos defendieron la superioridad del mercado competitivo sobre la planificación central en cuanto a la asignación eficiente de los recursos: la posibilidad de maximizar la satisfacción de los consumidores y el crecimiento económico.
El propio Hayek sostenía que las instituciones, leyes, regulaciones y costumbres eran diariamente testeadas en la vida económica y el rápido agotamiento de la planificación central y su sustitución parecen validar esa afirmación. Lo vemos hoy en día en nuestra propia sociedad con la acentuación de críticas a determinadas instituciones y el creciente respeto a otras (Banco Central, por ejemplo).
EL NEOLIBERALISMO Y LA ECONOMÍA SOCIAL DE MERCADO
¿Qué agrega o suprime el Neoliberalismo al liberalismo y qué vínculo tiene con la Economía Social de Mercado? J. Larraín (6) postula que del liberalismo clásico –que destaca la necesidad de un Estado constitucional, de derechos humanos y de libertades públicas, incluyendo una economía libre, emerge un liberalismo “conservador” que tiende a recelar de la democracia y que prefiere retardar los procesos democratizadores hasta que las economías estén más robustas (Burke, Spencer, Ortega y Gasset). Por otra parte, de la propia Gran Crisis del 29 nace un liberalismo social que instala una preocupación por la equidad social y que, para lograrla, promueve una mayor injerencia social en el manejo de la economía (Durkheim, Hobson y Keynes). Y, por último, surge el Neoliberalismo, muy parecido a la corriente “conservadora” en cuanto a considerar los riesgos de la democracia para una economía de mercado, fuertemente sustentada en la llamada Escuela Austríaca. Se trataría de una fuerte reacción contra el liberalismo social y la regulación económica, abogando por un orden espontáneo de mercado y rechazando la intervención política en la economía.
Friedrich von Hayek, padre del neoliberalismo, sostiene que “El concepto de democracia –creo que el verdadero y originario—por el cual considero que bien vale la pena luchar… en cuanto convención que permite a cualquier mayoría liberarse de un gobierno que no le gusta, la democracia tiene un valor inestimable. (pero)… La democracia no ha demostrado ser una defensa segura contra la tiranía y la opresión, como una vez se esperó” (7). En esta intervención se refiere a lo que según él se esperaba de la democracia después de acabar con los absolutismos. Critica duramente a las “democracias ilimitadas”, que es en lo que habrían derivado sistemas democráticos que han convertido “un método saludable para llegar a tomar decisiones políticas que todos pueden aceptar… convertido en pretexto para imponer fines sustancialmente igualitarios” (8). Mientras la corriente neoliberal rechaza la intervención estatal en la economía, Hayek sí acepta la existencia de unos pocos “bienes públicos”, entre ellos una ley constitucional que proteja el derecho de propiedad y el buen funcionamiento del mercado, institución que pondría límites adecuados al sistema político (9). Es más que evidente que hay fallas de mercado que no pueden, sino que resolverse mediante la intervención de una autoridad.
Por su parte, “El liberalismo social se identifica más profundamente con la democracia, integrando en forma más equilibrada la libertad económica con la libertad política” (10). Esta corriente habría servido de base a los movimientos socialdemócratas, políticamente dominantes por décadas en muchas naciones del orbe desde la Gran Depresión.
Después de la Segunda Guerra, también es interesante el nacimiento de la “Economía Social de Mercado” que hasta el día de hoy es la base de la economía más fuerte de Europa: Alemania. Esta corriente se alimenta en sus orígenes del pensamiento de Alfred Müller-Armack –creador del concepto–, y de los postulados institucionales de la Escuela de Friburgo (Walter Eucken). La escuela de Friburgo es pionera de la llamada Economía Institucional y sostenía que “…el Estado debía jugar un rol muy activo en asegurar la competitividad de la economía de mercado y que éste debía ser el principal mecanismo para asignar los recursos” (11). Por su parte, Müller-Armack argumentaba que “… no eran las leyes espontáneas, en las cuales el ser humano no puede casi influir, sino las orientaciones políticas, los valores y las relaciones de poder lo que daba origen a cierto tipo de convivencia económica y social” (12). Mûller-Armak, a su vez influido por Max Weber, sostenía que cada sociedad modelaba su carácter de acuerdo a su cultura, sus modos políticos, su religiosidad, dando lugar a distintos “estilos económicos” (13).
El sentido de la Economía Social de Mercado “… radica en el principio de relacionar la libertad en el mercado con la equidad social.” Desde la perspectiva de la paz social, principio básico defendido por Müller-Armack, “la Economía Social de Mercado aparecía como una idea social transversal a diferentes ideologías, pero cuyo fundamento teórico de ordenamiento económico sin lugar a dudas se caracteriza por la coordinación económica del mercado” (14). Se trataba “de una economía de mercado cuyo rasgo específico es una calidad social inalienable” (15).
En términos prácticos, bajo el gobierno de Konrad Adenauer (con L. Erhard como ministro de Economía), los objetivos económicos fueron elevados a un rango legal, justamente para reaccionar institucionalmente a la hiperinflación y desastre económico del que Alemania venía saliendo (no relacionados, obviamente, a una democracia ilimitada, sino que a una terrible dictadura y guerra). Los objetivos eran estabilidad de precios, moneda estable, pleno empleo, equilibrio en la balanza de pagos y crecimiento estable. Éstos iban junto con la equidad, seguridad y progreso social, configurando el “estilo” de Economía Social de Mercado. Puede decirse que el conjunto de estos objetivos, equilibrio macroeconómico, eficiencia microeconómica y solidaridad social, es considerado como un “bien común”, deseado por la sociedad, y que hay que proteger, defender, y con intervención del Estado si no surge espontáneamente en la sociedad. Esto difiere radicalmente con el Neoliberalismo.
ENTONCES QUÉ CABE COMO PROPIAMENTE NEOLIBERALISMO
Cahill y M. Konings dicen, medio en broma medio en serio, que “Uno a menudo escucha que (el neoliberalismo) es una manera algo ligera de agrupar cosas heterogéneas a las que algunos críticos de izquierda se oponen” (16).
En verdad, en su esencia, el neoliberalismo, sustenta que el mayor bienestar individual se logra a través de un mercado libre con derechos de propiedad fuertes y donde el sistema político (ojalá democrático, aunque no ilimitado, según Hayek), esté con instituciones fuertes defendiendo la libertad económica, pero no yendo más allá pretendiendo, conseguir más igualdad, porque ello no es lo que maximizará el bienestar individual ni el social, que es considerado como la simple suma de los primeros.
Al examinar los contenidos de las distintas corrientes que, de una forma u otra se han alimentado en parte del liberalismo, se observan coincidencias y diferencias que permiten perfectamente entender que se haya considerado denominar “neoliberal” al período con Thatcher y Reagan dominando la escena. Sin embargo, muchas herramientas e instituciones que se usan en las sociedades no tienen por qué ser consideradas como propias y exclusivas de tal o cual corriente de pensamiento. Es el caso, por ejemplo, de la decisión de crear instituciones que aseguren cierta estabilidad en las reglas del juego (por ejemplo, quórums para modificar leyes), o de autonomizar al Banco Central de modo de asegurar baja inflación, o de atar el gasto fiscal a reglas que aseguren también un cierto grado de equilibrio macroeconómico de largo plazo, entre muchas más. Crearlas o mantenerlas no debieran dar lugar a caracterizar a esos Estados o sociedades como neoliberales, menos aún si en cada caso conviven con otras instituciones explícitamente rechazadas por el neoliberalismo. Sin dudas que ese es el caso de Chile y de muchas otras naciones. La similitud o concordancia respecto de ciertos medios no nos hace militantes de ninguna corriente filosófica particular salvo de aquélla que reconoce que cuando algo sirve no corresponde ni conviene eliminarlo porque se gestó en tal o cual circunstancia.
Las sociedades inteligentes, y es de esperar que la nuestra lo sea, son capaces de tener políticas económicas funcionales a sus circunstancias, sin necesariamente tener que modificar las instituciones atingentes al proceso económico y social que han demostrado su utilidad más allá de su origen. Justamente, la estabilidad es una característica que puede jugar virtuosamente en el esfuerzo por crecer. “Está ampliamente reconocido que la calidad del llamado capital institucional es lo que determina en gran medida el diferente desempeño económico de los países, aunque cuenten con una dotación parecida de capital físico y capital humano” (17).
Por lo demás, es más que comprensible y razonable la evolución política y económica que se ha observado a nivel europeo tras fenómenos que demuestran agotamiento de políticas, como algunas del Estado Bienestar (con poblaciones rápidamente envejeciendo y sistemas de reparto quebrados). Atribuir aquello a la aplicación de una corriente de pensamiento tan particular como el Neoliberalismo, no hace sentido. Más aún, no requiere mayor sabiduría sostener que en el futuro seguirá habiendo permanentes adaptaciones en estos campos, porque se trata de procesos dinámicos donde se va corrigiendo, ensayando, a veces con éxito, otras fracasando. Lo necio sería dejar de adaptarse.
Referencias
- Relatado por el historiador Stanley G. Payne, comentando obra de dos autores sobre el fascismo en Revista de Libros, agosto 2019 (https://www.revistadelibros.com/articulos/el-concepto-de-fascismo).
- David Harvey, “Breve Historia del Neoliberalismo”, Oxford University Press Inc., New York, 2005.
- Damien Cahill & Martijn Konings, “Neoliberalism (Key Concepts)”, Politi Press, Medford, MA, 2017.
- David Harvey, op cit.
- Cahill & Konings, op cit., pg 4.
- Jorge Larraín, en “Ubicando al neoliberalismo en su contexto”, Revista Persona y Sociedad, vol XIII, N° 2, Universidad Alberto Hurtado, agosto de 1999, Chile.
- Friedrich von Hayek, Conferencia en el Institute of Public Affairs de Sydney, publicado en F. Hayeck, “Principios de un orden social liberal”, Unión Editorial, 2ª edición, 2010.
- Ibid
- Ver J. Barkley Rosser & Marina V. Rosser, “Comparative Economics in a Transforming World Economy”, The MIT Press, 2004, Cambridge, Massachusetts y Londres.
- J. Larraín, op. cit.
- P. Gregory & R. Stuart, “Comparative Economic Systems”, Houghton Mifflin Co., Boston y New York, 1999.
- Prof. Dr. Friedrun Quaas, en “Diccionario de Economía Social de Mercado” de R. Hasse, H. Schneider & K. Weigelt, Fundación Konrad Adenauer, Buenos Aires 2008.
- A. Müller-Armack, “Genealogía de los estilos económicos”; traducción de Vicente Quintero, México: FCE, 1967.
- F. Quaas, op. cit.
- Ibid
- Cahill & Konings, op cit., pg 5.
- Stefano Zamagni, “Por una Economía del Bien Común”, pg 155, Editorial Ciudad Nueva, Madrid, 2012