Los debates políticos son como son y poco se saca con criticarlos por su escasa profundidad técnica. Menos aún en temas que, de por sí, son complicados. Este es el caso de la reforma tributaria.
El sistema impositivo, al igual que el sistema productivo, que el gasto público, que el mercado de capitales y todos los demás escenarios económicos fundamentales, están íntimamente conectados. Es decir, al igual que en el cuerpo humano, si algún cambio afecta a alguno de sus órganos varios otros serán también afectados. La intensidad y la bondad o maldad del impacto dependerá de cada caso.
El sistema tributario junto con el uso de los impuestos o gasto público, tienen un indudable impacto en el bienestar de cada habitante. En pocas palabras, si ordeno a la población por grupos de ingreso per cápita, podría comprobar si la proporción de impuestos que se le ha cobrado a cada grupo es mayor o menor que los beneficios que cada grupo obtiene del gasto público. Entonces determinaré cuán redistributivo termina siendo el Estado. Sostengo que el ideal es que los grupos más pobres se vean ampliamente favorecidos por esta función estatal.
Esto último no es lo único que se le pide al rol recaudador y gastador del Estado. También se quiere que esa función se realice de forma eficiente y congruente con otros propósitos sociales. Ciertamente que el uso inmoral de los recursos públicos es inaceptable, pero igual es intolerable el empleo de ellos en programas mal diseñados e implementados.
También muy importante es la exigencia de contar con un sistema tributario eficiente en lo que es la recaudación y en lo que se relaciona con los incentivos vinculados al crecimiento económico. Que sea fácil recaudar (minimizando la evasión y la elusión) es obvio.
Que ayude al crecimiento económico parece que no es trivial. El crecimiento indiscutiblemente requiere que haya inversiones. Y las inversiones ocurren cuando los que disponen de dinero en Chile y en otros países se convencen que vale la pena ponerlo en determinadas actividades productivas en Chile porque son rentables. Así es la realidad. Los turistas vienen porque Chile es lindo. Los inversionistas, porque pueden ganar dinero.
Ahora bien, los impuestos que cobremos a las utilidades de las inversiones afectará directamente la rentabilidad de todos los proyectos. Hay áreas como la minería donde somos muy atractivos y podemos cobrar harto. En otras, somos normales y tenemos que cobrar impuestos que no sean mayores que los que cobran países con los que competimos. ¿Por qué? Pues porque entonces las inversiones no vendrán. Y así no vamos a crecer.
Aquí es cuando uno le pide a la discusión política que se haga cargo de compatibilizar los propósitos redistributivos que son esenciales, con los de crecimiento económico que también son centrales. De lo contrario, Chile nunca será desarrollado.
Es decir, argumentar solamente por una de las acciones que la mayoría de los chilenos apoyamos, esto es tener un Estado que redistribuya en favor de los más pobres, es insuficiente. No es posible desentenderse de otras que son esenciales, como es la necesidad de atraer más y más inversionistas para crecer y desarrollar a Chile. Más aún: es más fácil redistribuir ingresos en países que crecen que en los que se estancan. Cómo no lograr consenso en esto entre las posiciones políticas más relevantes de nuestro país.
Jorge Rodríguez Grossi, académico, Universidad Alberto Hurtado.
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