Hoy volvemos a recordar a Gordon Gekko: “La ambición, a falta de una palabra mejor, es buena. La ambición es correcta. La ambición funciona”. El concepto de ambición como uno de los significantes centrales de las doctrinas que inspiran la educación en negocios, en nuestro país y en el mundo, ha sido parte de la formación profesional de gran parte de quienes han liderado el Chile que hoy está en crisis.
La concepción de la ambición está anclada a una serie de supuestos que son los mismos que articulan el discurso neoliberal y su correspondiente sociedad de mercado. Estas premisas básicas pueden ser explicitadas como: las personas están centradas en su interés individual y se orientan preferentemente a la maximización de sus utilidades; los individuos no debieran enfrentar obstáculos en su esfuerzo por satisfacer su interés individual a través de transacciones económicas, y todas las interacciones humanas son interacciones económicas. Esta concepción de la ‘naturaleza humana’ se relaciona estrechamente con aquello de la mano invisible de Adam Smith. Esta mano invisible detrás del ‘espontáneo’ funcionamiento de los mercados aseguraría que los individuos, trabajando por su interés individual, actuarían de un modo tal que el bien común sería el resultado obvio. No obstante, el tiempo ha demostrado que los mercados no se regulan solos y que su operación al libre albedrío tiende a desbordarse. Si más encima, la motivación por la maximización de los beneficios individuales se instala sobre beneficios definidos como escasos, lo que se construye es un campo de franca y ruda competencia. Competencia que se da en un terreno no regulado y desigual, por lo que todos los esfuerzos posibles serían necesarios para acaparar dichos bienes escasos y así maximizar los beneficios.
La educación en negocios juega un rol fundamental en la producción y reproducción de esta ambición. En su discurso, el individualismo y el pragmatismo hegemonizan los contenidos y dan forma al fin por el cual los negocios se movilizan. Al enfatizar el valor de la ganancia individual donde sólo la productividad final justifica los esfuerzos, contribuimos a entrenar a nuestros estudiantes en ambición más que educar en la práctica de los negocios. Entrenar en ‘desear ardientemente’ ganancias y beneficios individuales. El apego estricto y acrítico al currículo internacional de la educación en negocios tradicional no nos ha permitido cuestionar dichas premisas a la luz de las necesidades de nuestro propio contexto. Dicha falta de crítica nos ha llevado a sostener en nuestro país que todo puede ser convertido en negocio y regularse por las reglas de la oferta y la demanda. Mientras desde la educación superior sigamos fallando en problematizar está práctica egoísta, fallando en develar sus claroscuros, y en especial fallando en mostrar la inequidad que ha venido instalando en nuestra sociedad, estaremos contribuyendo en fomentar las injusticias que ella misma produce. Entre los muchos que hoy deben salir al pizarrón a replantear sus propuestas estamos las escuelas de negocios. Es momento de preguntarnos seriamente por nuestra contribución a la sociedad en la que queremos vivir.
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