Por: Carlos García
En la actual crisis una segunda peste nos está invadiendo y no es la segunda ola del COVID-19, sino la acumulación de deuda de las familias y empresas.
Solo el Banco Central ya puso a disposición un equivalente al 13% del PIB para que los bancos privados aumentaran sus colocaciones para enfrentar la actual crisis. Esto se adiciona a la deuda acumulada el primer trimestre de este año: las familias tenían deuda por 52% del PIB y las empresas por un 130%. Hace diez años, estos porcentajes eran de 36% y 90%, respectivamente. Sin considerar el déficit fiscal, que este año podrá llegar a por lo menos un 10%.
El problema con la deuda es que es un instrumento financiero altamente inflexible. Si usted pide prestados 100 pesos, deberá pagar esa cantidad, más los intereses, a todo evento. Podemos discutir que la tasa de interés es baja, pero lo cierto es que usted deberá devolver por lo menos esa cantidad. No deja de ser relevante esta carga financiera si esperamos que la economía tarde, por lo menos, dos años en recuperarse.
El aumento de la deuda tiene dos efectos negativos. Primero, a las familias y empresas endeudadas les resulta cada vez más difícil seguir endeudándose. Por tanto, en el caso de una segunda ola de contagios, la opción de estimular el gasto a través de esta vía, estará claramente debilitada.
Además y por la misma razón, el exceso de deuda hace que una TPM cercana a cero sea una política prácticamente testimonial. Si bien la tasa de interés es baja, los agentes económicos saben que deben devolver igual el crédito y, eso, pone un freno para seguir endeudándose. Segundo, la estabilidad financiera se debilita, cualquier shock negativo hundirá la capacidad de pago de muchos chilenos y puede gatillar una segunda crisis, esta vez financiera.
La autoridad debe pensar qué hacer con esta deuda. Alternativas existen y básicamente depende de la buena voluntad, como ocurrió con la ley del Banco Central que parecía imposible de cambiar. Una alternativa es recomprarla, como ocurrió en la crisis de los ochenta. Otra es que esta deuda se transforme a contratos contingentes, es decir, que permitan suspender el pago en caso de segunda ola de contagio o crisis.
Esperemos que, a diferencia del virus, esta vez podamos aislar a esta otra pandemia y evitar sus costos humanos y económicos.
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