Por: Marcela Mandiola
En las últimas décadas se impuso la idea de que lo mejor que le puede pasar al aparato público es quedar en manos de expertas y expertos en gestión, pues el problema esencial del Estado sería el uso ineficiente de recursos. La autora sostiene, sin embargo, que el estallido social mostró que muchos problemas no se resuelven con productividad eficiente. Peor aún, la complejidad social es aplanada por la mirada del management. Este texto invita a las escuelas de negocios, donde se educa la mayoría de quienes toman decisiones hoy, tanto en el ámbito público como privado, a tener una conversación que las incomoda.
“Si no quieres que un hombre (sic) se sienta políticamente desgraciado, no les enseñes dos aspectos de una misma cuestión, para preocuparle; enséñale sólo uno. O, mejor aún, no le des ninguno.”
Capitán Beatty, Fahrenheit 451, Ray Bradbury
La crisis sanitaria, social y económica que vive nuestro país ha evidenciado la preminencia de ingenieros e ingenieras comerciales en diferentes responsabilidades del gobierno público y privado. Es de conocimiento popular que aquello ha sido objeto de burlas y descalificaciones más que de aplausos o reconocimientos. Una circunstancia así no debiera dejar indiferente a las escuelas de negocios que forman y certifican a aquellos profesionales. No obstante, nuestra comunidad académica aparentemente prefirió optar por aquello de ‘a palabras necias, oídos sordos’. Las palabras podrán ser consideradas necias, pero una comunidad que se dedica a la construcción y diseminación de conocimiento nunca debiera hacer oídos sordos.
Al criticar el desempeño de los y las ingenieros comerciales ¿qué se está criticando? Es lo que desde las escuelas de negocios debiéramos preguntarnos. La broma más generalizada ha tenido que ver con que cualquiera sea la necesidad, la ingeniería comercial podría resolverla. Ese es justamente el punto, de hecho, la gestión profesional sostiene seriamente ser capaz de abordar cualquier desafío: cuando todos los problemas son un clavo, la solución siempre es un martillo. En otras palabras, para la disciplina administrativa, todos los problemas no son más que un desafío de asignación de recursos bajo los principios de la eficacia y la eficiencia en pos de salvaguardar la mejor productividad. Si la organización no se orienta al lucro, no es relevante, siempre se espera que produzca excedente que pueda ser reinsertado en la cadena sinfín de la racionalidad instrumental.
Si bien, la enseñanza de la gestión se remonta a fines del siglo XIX en el Norte Global, no fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial que adquirió la arquitectura que hoy le conocemos. En un intento por darle estatura académica a su práctica, la naciente AACSB (American Association of Collegiate Schools of Business) encargó, a fines de los 50, dos grandes estudios que indicaron la necesidad de anclar su enseñanza en la economía neoclásica y su predilección por el modelamiento matemático positivista. Con ello se inauguró la etapa tecnocrática de la gestión sostenida en justificaciones científicas.
«El enfoque de gestión, que se presenta como conocimiento técnico experto, se enseña desde una mirada de arriba hacia abajo, es decir desde la posición de quienes dirigen la organización para cumplir con los objetivos de sus dueños».
Desde entonces, esa lógica de la gestión eficiente se ha extendido a toda práctica social, se gestiona la innovación, se gestiona la cultura, se gestiona el conflicto, se gestiona la calidad, se gestionan las crisis, se gestiona el tiempo, se gestiona la ira, se gestiona el si mismo. La gestión es lo que se enseña en las escuelas de negocios a quienes se forman como ingenieros e ingenieras comerciales.
Sin embargo, lo que las redes sociales han ridiculizado es justamente este dado por sentado, el que todos los problemas sean un clavo. Si se intenta gestionar la innovación, la cultura, las crisis y la ira, por nombrar algunas, es porque asumimos que todas esas experiencias pueden ser descompuestas en recursos que pueden ser organizados con criterios de eficacia y eficiencia en pos de cuidar su productividad y/o sus costos. Este es el sinsentido al que aluden las bromas: la radical transformación de cualquier experiencia social en una mercancía, en un commodity.
La pregunta es cómo llegamos a considerar que todos estos desafíos podían ser entendidos como un clavo. Este es el momento en que las escuelas de negocios, y su ya larga tradición de formación profesional, debieran hacerse algunas preguntas. El análisis es por supuesto mucho más complejo de lo que puede abarcar esta columna, sin embargo, se pueden presentar ciertas generalidades que ayuden a movilizar las ideas. En primer lugar, las escuelas de negocios comparten una malla curricular, cierto set de contenidos (temas y autores) y una estrategia didáctica privilegiada que las ubica a todas en una cadena de equivalencia mucho mayor que cualquier otra formación de pregrado universitaria.
Dicha articulación pedagógica implica un solo modelo teórico-práctico detrás de la formación profesional, apalancado principalmente por literatura extranjera, traducida o no, con ejemplos extranjeros, ambos asumidos como universalmente válidos. En general el enfoque de gestión, que se presenta como conocimiento técnico experto, se enseña desde una mirada de arriba hacia abajo, es decir desde la posición de quienes dirigen la organización para cumplir con los objetivos de sus dueños. El foco principal de la gestión es el corazón del negocio, prestando menor atención al contexto, el que se asume medianamente estable cruzado solo por una variable relevante, a saber, la competencia. Cualquier elemento interno o externo es un recurso que se puede gestionar de manera eficiente, incluidas las personas, para todo ello hay una estrategia particular que se enseña en una materia específica, todas aunadas bajo la máxima de mayor productividad y menores costos. “Cuanto mayor es el mercado, Montag, menos hay que hacer frente a la controversia, recuerda esto”, decía el Capitán Beatty en la novela Fahrenheit 451 de Ray Bradbury.
Siendo todos los desafíos de gestión un clavo que se aborda con el martillo de la productividad eficiente, esta formación profesional es más bien reactiva a los avatares del entorno y completamente ajena a la discusión respecto de la naturaleza y las complejidades de dichas demandas. Esto se da principalmente porque los fines de la gestión son indiscutibles, por lo tanto, la maleabilidad de sus medios no va más allá de una eterna insistencia en re-articular las mismas máximas. La gestión es una técnica, se repite. No es política, se aclara. Se reproduce, no se problematiza. No es de extrañar entonces que las escuelas de negocios alberguen discusiones acerca de la contingencia solo para mostrar su capacidad de convertirla en otro objeto de la gestión eficiente y obtener una vez más los réditos esperados.
A pesar de los pingues intentos de ciertas iniciativas que terminan siempre cooptadas y sirviendo al marketing corporativo, su currículo formativo, en nuestro país, permanece casi inmaculado. Este no ha logrado ser subvertido por las necesarias problematizaciones que temáticas como la pobreza, la desigualdad, la inequidad de género, los desafíos de la inmigración, los daños del extractivismo, la crisis del medio ambiente, la exclusión de las minorías étnicas, la discapacidad o el conflicto social podrían plantear a la gestión. En sus aulas se sigue privilegiando una visión de mundo unívoca, concebida en otras latitudes, en otro idioma, que no se plantea preguntas, que no cuestiona sus supuestos, su comprensión de los desafíos del desarrollo solo pasa por la estilización del martillo.
En las escuelas de negocios solo se enseña capitalismo y lo inevitable del mercado corporativo. Escasos y estrechos principios acerca de la administración se entregan como lecciones amplias que aplican a toda forma de organización, invisibilizando diferentes tipos de problemas, diversas necesidades de financiamiento y otras maneras de coordinación. Cualquier forma de alteridad organizativa es considerada irrelevante insistiendo en la vía única de la gestión de mercado. Hoy nos sobran los ejemplos que muestran que no todo puede ser vendido o comprado, que no todos los recursos son escasos, que no toda forma de relación humana es la competencia y que el individualismo no es el único camino. Cuando la mano invisible se va en cuarentena y el movimiento del mercado privado se detiene, la gestión no ha logrado entregar respuestas para necesidades de colaboración, de generosidad, de austeridad, de comunidad.
Los cuestionamientos a la educación en negocios se discuten hace tiempo. Desde el lamento por la pérdida de los ‘objetivos superiores’ en un par de ‘manos atadas’ de Rakesh Khurana, pasando por intentos de instalar una enseñanza ‘responsable’ de la gestión (PRME) impulsada por las agencias internacionales, hasta la provocativa propuesta de Martin Parker y su llamado a derribar las escuelas de negocios. Sin embargo, poco y nada de eso toca a las impermeables instalaciones nacionales que, como los pingüinos mayores de la película Happy Feet, buscan solo ‘permanecer’.
De este modo se educa la mayoría de quienes están tomando las decisiones, en lo público y lo privado, en nuestro país. De ahí que para hacer un uso más eficiente de nuestros recursos se nos invite a comprar flores o levantarnos más temprano. Todo problema es un clavo y la solución es un martillo, es criterio experto. Cualquier otra cosa no prende, no es posible dar dinero a quienes no lo necesitan. Oídos sordos y un gran silencio es lo que las escuelas de negocios locales han mostrado durante la crisis social, económica y sanitaria que afecta a nuestro país desde octubre pasado. Pero tal como indican los memes de las redes sociales, el “son 30 años, no 30 pesos” y el Covid-19, se resisten con fuerza a ser considerados un clavo que requiera un martillo.