La receta Argentina en educación universitaria y sus lecciones para Chile

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Por Carlos Ponce, Ph.D. en Economía, Universidad de California y académico FEN UAH.

oe81 Publicado en revista Observatorio Económico Nº 102, 2016.

El actual proceso de reforma del sistema de educación universitaria chilena suscita varios interrogantes y apasionados debates. Es usual discutir sobre gratuidad comparando, por ejemplo, a Chile con Finlandia. Más allá de lo debatible de tal asociación, es también frecuente -y más razonable- usar como referencia el sistema universitario argentino. El objetivo de este artículo es realizar una breve descripción del estado de la educación universitaria en dicho país. Conocer con mayor detalle los pilares organizativos y el desempeño del sistema universitario argentino es un ejercicio útil que puede ofrecer algunas valiosas enseñanzas para su vecino

El sistema universitario argentino está conformado por 110 universidades de las cuales 60 son estatales, 49 privadas y 1 internacional. Las universidades estatales, aún cuando han perdido participación en el sistema, concentran el 79% del total de los estudiantes (DIU, Departamento de Información Universitaria, 2015). Es por ello que nuestro análisis estará centrado en el segmento estatal del sistema. Este sistema se basa en tres pilares (a) gratuidad (b) ingreso irrestricto y (c) gobierno tri-estamental. Aún cuando estos elementos influyen simultáneamente en los logros educativos, no se aborda el rol de los gobiernos universitario dado que tal aspecto ya ha sido discutido previamente (Observatorio Económico Nº 96, 2015).

Animo al lector a considerar los elementos anteriores como la receta argentina por medio de la cual los ingresantes al sistema universitario se convierten en egresados. La siguiente analogía puede ayudar. Cuando usted preparara una cena utiliza no solo ingredientes alimenticios sino que también instrucciones para transformarlos en su comida. Cuanto mejor sea su receta, más deliciosa será su cena.

¿Cuán bien ha funcionado la receta argentina? ¿Cuán sabrosa ha sido la cena? Muy pocas veces las respuestas son tan simples y categóricas: la cena ha resultado desabrida y la receta un total fracaso. Para sustentar esta afirmación, permítame inspeccionar algunos de los resultados que describen el desempeño de la universidad pública en Argentina.

Si se focaliza la atención en la tasa bruta de escolarización superior -el cociente entre la totalidad de estudiantes universitarios y la totalidad de la población con edad entre los 18 y 24 años- concluirá que mi anterior afirmación es falsa. ¿Por qué? Porque la tasa argentina es similar a la de Holanda y a la de Dinamarca mientras que es más alta que la del Reino Unido y Suecia1. Más aún, mientras que Brasil y Chile tienen una población universitaria de 35 estudiantes por cada 1000 habitantes, en Argentina hay 44 estudiantes universitarios por cada 1000 habitantes (2).

Sin embargo, es poco inteligente y engañoso juzgar un sistema universitario mediante este indicador. El producto de una universidad no son sus ingresantes. Por el contrario, su resultado debe juzgarse por el número y la calidad de sus egresados. En esta dimensión las estadísticas argentinas son decepcionantes. Mientras que en Brasil y Chile se gradúan anualmente 5,3 y 4,7 estudiantes cada 1000 habitantes, en Argentina solo lo hacen 2,7 cada 1000 habitantes (3).

Consideremos ahora lo que los economistas denominamos el índice de eficiencia interna (IEI) de una universidad. El IEI se define como el cociente entre el número de egresados en un año determinado y el número de estudiantes que ingresaron cinco años antes. En un mundo ideal este índice debiera estar en valores cercanos a uno.

Para Argentina, el IEI es de 0,27. En otras palabras, en un plazo de 5 años, solo 27 de cada 100 alumnos consiguen graduarse (4). O sea, la probabilidad de que un joven no finalice su carrera en un plazo de 5 años es de 73%. Aún más, Argentina, un país con serios problemas económicos y sociales, se permite cenas muy caras y malas: algunas universidades ostenten un IEI de 0,04; es decir solo 4 de cada 100 alumnos concluyen sus estudios en el plazo teórico de 5 años. Incluso, en las universidades de mejor desempeño el IEI apenas supera el 0,4. Como referencia, en los países desarrollados tales guarismos se ubican entre 0,7 y 0,9. El índice en Chile asciende a 0,6 mientras que el de Brasil se ubica en torno a 0,55.

Usted podría argumentar que tales resultados se explican por el escaso nivel del gasto público en educación superior. Nada más lejos de la realidad. Argentina invierte alrededor de 1,5% de su PBI en educación superior mientras que los países de la OCDE ostentan un promedio de 1,6% (5). Se puede pensar también que tales indicadores son parciales y no muestran la realidad universitaria del país. Analicemos entonces algunos elementos adicionales.

Considere, por ejemplo, la relación entre la duración teórica y la duración media de las carreras universitarias. Si bien la información disponible es del año 2004, creo que la misma es representativa del estado actual puesto que Argentina está lejos de haber realizado una revolución universitaria en los últimos años. Considerando el promedio de 20 carreras universitarias con duración teórica de 5 años, encontramos que la duración promedio real es de 8,8 años (Marquís y Toribio). En otras palabras, en promedio, los estudiantes se demoran casi 4 años más de lo esperable. En psicología, por ejemplo, la duración media es de 9,5 años y en Abogacía de 9,8 años. Rabossi (2015) ofrece otro indicador alarmante: alrededor del 50% de los estudiantes aprueba menos de dos materias anuales y de estos 30% no aprueba un solo curso.

¿Y el costo de generar un graduado en Argentina? Las estimaciones más confiables sugieren que el presupuesto por graduado para el año 2014 es de 50.000 dólares (aproximadamente 34 millones de pesos chilenos) (6). La dispersión en los costos universitarios es también alarmante. La universidad más barata de Argentina tiene un presupuesto por egresado de 19.000 dólares (aproximadamente 13 millones de pesos chilenos), mientras que en otras, como la Universidad Patagonia Austral, el presupuesto por graduado asciende 332.000 dólares (alrededor de 225 millones de pesos chilenos). ¿Aún le parece gratis la universidad estatal en Argentina?

Usted podría pensar que los economistas medimos todo en términos de eficiencia y que descuidamos el impacto de las políticas públicas en el aspecto humano y social de un país. Podría incluso argumentar que la educación universitaria argentina es el motor de la igualdad social, de oportunidades y movilidad social. Nuevamente le tengo malas noticias. La universidad argentina no solo es ineficiente sino que es también altamente inequitativa y regresiva.

García de Fanelli (2015) analiza, para el año 2013, la composición de los graduados argentinos por grupo socioeconómico. Los resultados son desalentadores: 50% de ellos provienen de los dos quintiles de mayores ingresos mientras que solo 13% lo hace de los dos quintiles de menores ingresos. De manera similar, Rozada y Menedez (2001) muestran que los alumnos universitarios provienen de los sectores más adinerados de la sociedad y que más de la mitad de ellos completaron sus estudios medios en escuelas privadas. Gaggero y Rossignolo (2011) estiman que, en Argentina, los ricos captan 2,5 veces más de los beneficios de la gratuidad que los pobres. ¿Aún le parece equitativa la eduación universitaria argentina?

¿Por qué la receta argentina es un fracaso estrepitoso? Los tres pilares en los que se asienta la educación universitaria contribuyen decisivamente a este pobre desempeño. Pero si usted osa manifestarse en contra de la gratuidad y el ingreso irrestricto, le aseguro que, como mínimo, será acusado de traición a la patria.

El ingreso irrestricto es solo un macabro juego de palabras. El ingreso libre no elimina la ausencia de mecanismos de selección universitarios. Muy por el contrario, induce una selección silenciosa y de “mercado”. En Argentina, la selección no se produce con anterioridad al ingreso en la universidad – como ocurre, por ejemplo, en Chile con la PSU-. El proceso de selección argentino opera a posteriori durante los mismos estudios universitarios. Aunque usted pueda ingresar libremente a la universidad es muy probable que termine abandonando sus estudios si proviene de un nivel socio-económico bajo o su formación académica previa es deficiente.

La gratuidad se ha convertido en un derecho carísimo. Usted no paga, pero termina accediendo solo si proviene de un sector adinerado. ¡Los pobres terminan financiando a los ricos! Mi opinión es que este efecto regresivo es aún más importante en un país como Argentina, en el cual buena parte del gasto público se financia con impuestos indirectos regresivos.(En Argentina el impuesto al valor agregado es responsable del 30% de la recaudación total mientras que el impuesto a las ganancias solo contribuye con el 18%).

El sistema educativo argentino necesita cambios estructurales y urgentes. Desafortunadamente, soy pesimista respecto a que estos se implementen en un futuro cercano. La gratuidad debería desaparecer y los aranceles ajustarse al nivel de ingreso familiar. Los alumnos más talentosos y con menores ingresos deberían ser subsidiados mediante becas que le permitan dedicarse exclusivamente a sus estudios. Los recursos liberados deberían usarse de manera extensiva y eficiente en la educación inicial y media.

En Argentina han ganado las consignas y el uso políticamente correcto del lenguaje. ¿Sucederá lo mismo en Chile?


 

1 García de Fanelli (2014) ‘’Inclusión social en la educación superior argentina: Indicadores y Políticas en torno al acceso y la graduación, en Páginas de Educación, Uruguay, Vol. 7, Nº 2.
2 Centro de Estudios de la Educación Argentina (CEA). Informe Nº 34. Año 4. Abril de 2015.
3 Centro de Estudios de la Educación Argentina (CEA). Informe Nº 34. Año 4. Abril de 2015.
4 Rabossi, M (2015) ‘’Acceso (¿Ingreso?) a las Universidades Nacionales Argentinas: Permisividad y Consecuencias’’
5 Education at Glance 2013, OCDE.
6 Centro de Estudios de la Educación Argentina (CEA). Informe Nº 27. Año 3. Septiembre de 2014.

Esta es una de las estimaciones más conservadoras. Otros expertos en el tema, estiman que el presupuesto por graduado se acerca a 70.000 dólares (aproximadamente 47 millones de pesos chilenos).

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