Artículo publicado en Observatorio Económico Nº 51
Código: 42-27259780
Por Alfredo del Valle, Ph.D. Ingeniero civil y doctor en ciencias de la gestión. Profesor Facultad de Economía y Negocios, UAH.
El terremoto y el tsunami del 11 de marzo en Japón abrieron el flanco de la seguridad sísmica en el debate nuclear: si un país sísmico tan avanzado está viviendo la tragedia actual, ¿tiene sentido que Chile se arriesgue a lo mismo, con menos capacidades y recursos?
Mientras Japón hacía heroicos esfuerzos por mitigar el desastre, la prensa chilena mostraba a partidarios y opositores con las mismas posiciones de siempre. El caso Fukushima demostraría que: (1) no se debe nuclearizar el país, o (2) se debe aprender de él porque esta tecnología sigue siendo necesaria. Era un diálogo de sordos. Chile requiere y merece otro tipo de debate para decidir sobre una tecnología que tiene consecuencias de muy largo plazo y que no tiene vuelta atrás.
Examinemos primero el contexto global de este debate, que lleva décadas abierto. En Google, “nuclear debate” ofrece 312.000 resultados. El artículo respectivo de Wikipedia (con neutralidad bajo disputa) contiene 111 referencias a trabajos científicos y profesionales junto a cientos de enlaces a otras páginas suyas, así como a sitios de partidarios y de opositores. Hay un vasto debate global en que confluyen numerosos actores con sus intereses, infinidad de temas, las más variadas disciplinas técnicas y sociales, así como diferentes visiones del mundo: empresariales, ambientalistas, científicas, profesionales, políticas, ciudadanas. Todo ello manifiesta que la decisión nuclear es un problema de “alta complejidad”.
¿Cómo debatir en Chile un problema de esta naturaleza? ¿Cómo iluminar una decisión de país para que tenga seriedad y coherencia, y que logre respaldo y no genere fuertes tensiones sociales? Las ciencias de la complejidad ofrecen hoy día una respuesta clara: solo habrá debate constructivo si se permite la expresión libre de toda la riqueza y diversidad temática del problema, y se evita la imposición de cualquier simplificación o reduccionismo. Para lograr un debate con estas características es preciso diseñarlo de modo explícito y cuidadoso. Ofrecemos a continuación algunas bases de diseño que cumplen con los criterios recién planteados. Se refieren a la convocatoria al debate y al proceso del debate.
En la convocatoria se abordan tres preguntas: ¿Quién convoca? ¿A qué convoca? ¿A quiénes convoca? Quienes llamen a este debate serán responsables de crear condiciones de credibilidad, imparcialidad y cobertura temática que lo hagan aceptable para los convocados y que faciliten su legitimación social; nuestra práctica aconseja constituir un “grupo convocante” de varios actores claves. El temario o agenda de la convocatoria debe ser amplio y sin restricciones. Y los convocados, personas e instituciones que en su conjunto cumplan dos criterios: amplia diversidad y adecuada representatividad del espectro completo de actores, visiones, temas y disciplinas que aquí confluyen.
El proceso debe ser: (a) constructivo y no confrontacional, para dar lugar a una visión del problema que sea compartida, multidimensional y de suficiente riqueza para que exprese toda su complejidad; (b) equilibrado ante todas las opciones energéticas que el país posee; (c) sin sesgos a favor ni en contra de la energía nuclear; (d) inclusivo para todos los costos y beneficios directos e indirectos; y (e) inclusivo para todos los avances tecnológicos previsibles, tanto en seguridad nuclear como en los costos de las demás opciones que el país puede desarrollar.
En Chile no tenemos todavía un debate con estas características, pero podemos diseñarlo y ponerlo en práctica. Disponemos además de métodos probados para lograrlo.