Por Mauricio Araneda, Director de Vinculación con el Medio y Proyectos FEN-UAH.
«Venceréis, pero no convenceréis». Ésta es una frase atribuida al célebre escritor y filósofo español Miguel de Unamuno, con la cual se resarcía de su apoyo al golpe de Estado (17 de julio, 1936) que posteriormente derivó en la Guerra Civil Española (1936-1939) y luego en la implantación de la dictadura de Francisco Franco (1939-1975).
El discurso con el cual se retractaba de su inicial adhesión lo pronunció tres meses después de la sublevación militar, en un acto (12, octubre 1936) en la Universidad de Salamanca, de la cual Unamuno era su rector, y en el que participaban militares franquistas, como el general José Millán-Astray, quien -según versiones de la época- habría interrumpido la alocución de Unamuno vociferando «¡Mueran los intelectuales!», «¡Viva la muerte!». Como respuesta, el célebre escritor habría sentenciado: «Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha, razón y derecho». Ya, a esa altura de los hechos acontecidos, Unamuno tenía consciencia del horror que se había desatado en España tras la asonada militar, que devino en represión, persecución y fusilamiento de personas, incluso de amigos y alumnos suyos.
Traigo a la memoria este discurso de Unamuno a propósito de la conmemoración del golpe cívico-militar que interrumpió nuestra democracia. A 50 años de esa fatídica mañana del 11 de septiembre de 1973, nada puede justificar, ni menos respaldar, esta insurrección militar, porque sin lugar a dudas tuvo una «sobrada fuerza bruta», la que no sólo quedó expuesta con el bombardeo al Palacio de La Moneda y la casa presidencial (ubicada en Tomas Moro, Las Condes), sino que se saldó la vida de cientos de miles de personas asesinadas, desaparecidas y otras tantas salvajemente torturadas.
«Ni razón ni derecho» puede tener un golpe de Estado que masacra una democracia, que masacra a una población, que derroca a un gobierno elegido democráticamente. Pueden desplegar una brutal fuerza, sembrando el pánico en cada rincón del territorio para vencer, pero eso nunca será suficiente para convencer sobre su legitimidad. Acá, sus partidarios argumentan el éxito económico de la dictadura, un éxito que tampoco fue tan así, basta recordar las crisis de los años 1975 y 1982, las peores que ha sufrido el país, con un desempleo que fluctuó entre 20% y 30%. Un modelo económico que, por lo demás, tampoco ha convencido a la sociedad chilena, actitud expresada no sólo en el Plebiscito de 1988, cuyo resultado impidió que Pinochet siguiera al mando del país, también en el descontento manifestado el pasado 18 de octubre de 2019.
Vencieron, es cierto, a costa de vidas humanas, a costa de una «revolución capitalista» en palabras del académico Manuel Gárate, pero no convencieron porque en su arremetida faltó «razón y derecho». La memoria obstinada de millones de chilenos y chilenas no olvida ni justifica porque, finalmente no ha sido persuadida, no ha sido convencida sobre la legitimidad de un golpe de Estado, sobre todo, uno tan cruento como el que vivimos en nuestro país.
Siempre, para las y los que creemos sinceramente en la democracia, habrá una salida política ante una crisis institucional; de hecho, está bien documentada la propuesta de un plebiscito al que iba a convocar el presidente Salvador Allende. Pese a ello, algunos adherentes al golpe, a 50 años de acontecido, insisten en que era «inevitable», pero… ¿era inevitable bombardear La Moneda? ¿Era inevitable la refundación de un nuevo modelo económico? ¿Era inevitable asesinar y torturar a miles y miles de compatriotas? ¿Era inevitable hacer desaparecer a miles de personas, cuyas familias hasta el día de hoy no tienen el cuerpo de su esposo, padre o hermano, para dar digna sepultura? Para las y los demócratas, siempre será evitable.