Hasta ahora la política pública que ha resultado ser efectiva contra la pandemia es -a grandes rasgos la cuarentena con políticas macroeconómicas que sostengan la demanda agregada.

Por: Carlos J. García, Ph.D. en Economía, University of California (LA), EE.UU. Académico FEN-UAH.

Publicado en revista Observatorio Económico Nº 144, 2020.

Si uno observa a otros países, la falta de cuarentena en el principio del contagio fue fatal. En cambio, la cuarentena de diferentes tipos ha permitido menos contagios y por tanto menos muertes, en conjunto con política de demanda agregada para paliar los efectos negativos de la cuarentena. En nuestro caso con un mayor déficit fiscal y más liquidez, por parte del Banco Central. No obstante, el peso del ajuste lo está llevando adelante principalmente el gobierno, situación que ha alarmado a algunos analistas por los riesgos asociados a la acumulación de deuda pública.

En palabras simples, el gobierno es como una familia o persona más: si éste se endeuda entonces en algún momento debe pagar esos créditos. Los economistas definen estos créditos que toma el gobierno como “deuda pública”, para diferenciarla de la “deuda privada”, que toman tanto empresas como personas naturales. Sin embargo, en esencia la deuda pública funciona de la misma manera que la privada, son créditos a una cierta tasa de interés que deben ser pagados en el futuro.

La mayor inyección de liquidez por parte del Banco Central en cambio está funcionando de una manera bastante más indirecta y por tanto lenta, para una emergencia que necesita una respuesta instantánea: hoy. Explicaré cómo funciona la política monetaria en estos momentos para ilustrar este punto: el Banco Central ofrece a los bancos privados mayores fondos a una tasa casi cero, con la esperanza que estos bancos a su vez aumenten la oferta de crédito a las empresas y personas. Sin embargo, en las actuales circunstancias es muy difícil que los banco privados otorguen más créditos sin una buena garantía, por el alto riesgo de incumplimiento de los deudores.

La solución a este problema ha venido nuevamente desde el gobierno que ha tenido que garantizar parte de esos créditos. Es decir, si esos créditos no son pagados porque algunas empresas quiebran, o las personas quedan cesantes, entonces el gobierno rembolsará parte de esos recursos a los bancos. Sin duda que esta explicación es una simplificación porque existen otras medidas que el Banco Central tomó para aumentar la liquidez, pero la explicación de este párrafo es la esencia de la política monetaria actual.

¿Es una respuesta acertada la del gobierno y el Banco Central frente a esta peste?

Con relación a la cuarentena, la única solución hasta ahora para no tener una mortalidad tan alta como en algunos países de Europa y en los Estados Unidos, es el distanciamiento social, a la espera de una vacuna. Obviamente que esto tiene un costo enorme en la economía, y nos llevará -sin duda- a una recesión. Sin embargo, la opción de levantar la cuarentena y que se contagien Pedro, Juan y Diego, que mueran los viejos y las personas con enfermedades de base no es ética, además de ser políticamente impracticable. Por otro lado, el argumento de algunos economistas de que se debe priorizar el crecimiento económico, porque sin crecimiento no hay salud o que la cuarentena afecta la salud psiquiátrica de los trabajadores es frágil. En el corto plazo quizás, pero en el largo plazo, el temor al contagio puede ser un arma de doble filo para los mercados Las razones morales y éticas debieran ser suficientes para no considerar este plan B de algunos analistas. Pero para no quedarnos únicamente en un análisis desde el punto de vista ético, analicemos esta propuesta económica y veamos una falla grave del argumento. Uno de los efectos de esta pandemia es la desglobalización. Me explico haciendo al lector dos preguntas muy simples: ¿usted tomaría un viaje de placer a Nueva York, Madrid o Roma, aunque estuvieran abiertas las fronteras? ¿Si le ofrecieran un negocio en uno de estos lugares, usted lo aceptaría? ¿Pondría sus ahorros en esos lugares? La respuesta es no, a no ser que usted disfrute con el riesgo, situación que no es la norma entre los inversionistas. En su mayoría estos quieren alcanzar el paraíso del bajo riesgo y las altas rentabilidades, y un país “full” pandémico no parece ser ese paraíso para las inversiones.

El plan B resulta ser, entonces, una propuesta más bien cortoplacista y que finalmente empeorará la situación de los trabajadores y también la de los empresarios. El peor error de esta propuesta es desconocer que Chile creció por ser parte del proceso de globalización que se dio en todo el mundo, aprovechando sus ventajas comparativas en recursos naturales y estabilidad política No se está considerando el efecto de desglobalización, que de seguro viene.

Las soluciones éticamente aceptables son otras. Cuarentena, pero con una fuerte participación del Banco Central para evitar una deflación y con ello una depresión profunda sin empeorar aún más la situación fiscal. Este es un momento único y excepcional, en que el Banco Central debe imprimir dinero para sostener el déficit creciente del gobierno y a las empresas. Con requisitos y en cantidades acotadas, sí, pero en esencia hay que hacerlo hoy.

La idea es simple, pero tropieza con un dogma muchas veces infranqueable: inyectar directamente dinero en la economía es un pecado mortal para los economistas. La relación directa entre dinero y el nivel de precios está en el ADN de muchos de nosotros, transformándose en dogma para algunos y algo terrorífico para otros. Así, el fin del mundo para los economistas es literalmente una hiperinflación producto de una desbordante impresión de dinero. Paradójicamente, no es la  extinción masiva por la caída de un meteoro, o el desastre climático o una pandemia desatada. Los economistas razonamos de una forma muy peculiar sobre el fin del mundo: el exceso masivo de dinero hace que este objeto pierda su valor, por lo cual se termina con el comercio monetario, existiendo solo el trueque y con esto desparecen los bancos, que prestan básicamente eso: dinero. Todo esto, en resumen, es sinónimo del fin del sistema capitalista moderno y el retorno de un paraguazo a un período medieval. Sin duda, que es un Armagedón un poco pálido si lo comparamos con los finales de mundo propuestos en las películas de acción producidas en Hollywood, pero éste es el dogma.

El riesgo de la hiperinflación siempre existe. Las historias de hiper inflaciones también, incluida la nuestra de 1973. Pero esta circunstancia es única y esperamos que sea transitoria. Sin en este soporte financiero por algunos meses, la economía caerá, con tasas de desempleo de dos dígitos, teniendo como única esperanza una vacuna que se produzca rápida y masivamente. Puede ser, y ojalá que así sea, para olvidarnos de todo esto y retomar a una verdadera normalidad. No obstante, a la espera de esta vacuna, y considerando nuevamente el proceso de desglobalización de la economía mundial, es que debemos apoyar la cuarentena con infusiones de dinero para minimizar los riesgos de una depresión. No estoy proponiendo años de política monetaria especial, sino el tiempo mínimo para que se supere la emergencia.

Peor aún, si la depresión es muy severa, perderemos el apoyo a la cuarentena, dejando en definitiva a la deriva a muchos chilenos. Sin contar las presiones por sacar los fondos de las AFP o colocarlos en sectores riesgosos, dejar de pagar cotizaciones e impuestos, servicios básicos, seguros de salud, etc. No dejemos que eso ocurra: mejor que la peste se lleve a la avaricia y a los avariciosos.

 

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